martes, 1 de mayo de 2018

II PARTE


SIETE PASOS PARA EL DISCERNIMIENTO VOCACIONAL


Uno de los grandes retos que deberás enfrentar en tu vida es el de encontrar tu lugar en la sociedad y en la Iglesia.
 
Para ti, que buscas tu vocación, describimos siete pasos que te pueden ayudar a discernir el proyecto de Dios sobre ti.
 
Aunque nos referimos directamente a las vocaciones consagradas (en la vida religiosa, en el sacerdocio, etc.), los pasos que enumeramos se pueden aplicar para el discernimiento de cualquier vocación, estado de vida o profesión.

Los jóvenes sienten más que nunca el atractivo de la llamada "sociedad de consumo", que los hace dependientes y prisioneros de una interpretación individualista, materialista y hedonista de la existencia humana. De aquí el rechazo de todo aquello que sepa a sacrificio y renuncia al esfuerzo de buscar y vivir los valores espirituales y religiosos.
 
En este apartado describimos el proceso por medio del cual se puede llegar a discernir la llamada de Dios; enumeramos siete pasos que ayudarán a descubrir el proyecto de Dios, para toda respuesta vocacional. Aunque nos referimos directamente a las vocaciones consagradas, estos 7 pasos son aplicables a la elección de cualquier estado de vida.

 
PRIMER PASO:   ORACIÓN 


"¿Qué debo hacer, Señor?" (Hch 22,10).
 

La Vocación no es sólo lo que tú quieres ser y hacer, es ante todo lo que Dios quiere que tú seas y hagas; no es algo que tú inventas, es algo que encuentras; no es el proyecto que tú tienes sobre ti mismo, es el proyecto que Dios tiene sobre ti y que tú debes realizar.

Por eso, para descubrir tu vocación, lo primero que debes hacer es dialogar con Dios: orar. Sólo mediante la oración podrás encontrar lo que Dios quiere de ti. En la oración, el Espíritu Santo afina tu oído para que puedas escuchar: "Habla, que tu siervo escucha" (I S 3,10).

 Sólo en el diálogo con Jesús podrás oír su voz que te llama: "ven y sígueme"(Lc 18,22); o bien, escucharás que te dice: "vuelve a tu casa y refiere lo que Dios ha hecho por ti" (Lc. 8,38).

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